Zacarías

 

En un calor infernal bajo un cielo hijueputamente despejado, sobre el cemento recalentado estaba él: Zacarías en la iglesia cantando.

 

Veía en su rostro la miseria, la necesidad, un cierto desespero. Alzaba las manos el malparido y dejaba ver cierta lujuria en su sonrisa.

 

Como en un trance parecía sentirse  tan contento que un marica empalado, que gira sobre el madero que tiene en el culo, flota sobre él, le agradece el hecho de ser tan bondadoso. Es un milagro, Dios se ha hecho madera conservando su misericordia, satisface a este pobre hijueputa.

 

 El miserable Zacarías trabaja como el burro que es, come la mierda que se merece, sufre los siniestros avatares con el mismo amor que el Pastor le penetra la puta que tiene por esposa y le agradece al madero bastardo que tiene por Dios el habérsela dado.

 

Zacarías empalado con el culo narcotizado por la religión se va a su paraíso momentáneo los martes y los jueves; ese mismo día deja la plata que se ganó sudando mientras el patrón le recordaba el oficio de la madre para dejarlo en las manos del que presurosamente le hunde la mierda al prominente culo de su amada esposa y hermosa hija.

 

Zacarías besa su mujer con indescriptible ternura y a su hija no con menor empeño. Los recursos que consigue se los comen la hija culiando, la esposa en atenciones para su extractor pastoril de mierda y lo que queda se va en su manutención.