SU BAJEZA

 
 
 
Un treinta de Enero de hace más de dos décadas, un día de San Fulgencio, ascendería del más recóndito de los infiernos en las alas no de una cigüeña sino de un ave de mal agüero a la tierra de Isaacs una “bella criatura gorda, rozagante, pletórica en un llanto abrumadoramente inusual y escandaloso para un recién nacido. Los alaridos eran un Do de pecho que parecía acompañar la sinfonía de signos apocalípticos y masacres que registraban los periódicos de aquel día. Hijo mayor de tres hermanos, resultante de la cópula de un par de campesinos y concebido al final de una jornada de trabajo arduo dentro de un maizal bajo nubes de sangre secuestradas por la inevitable noche. Mostró siempre desconfianza de la doctrina católica pero ello no le ha impedido disfrutar de los cantos gregorianos y de tener una escencia que según él, es la misma que ostentan los santos en sus altares. Es un lobo estepario por naturaleza pero de vez en cuando se le ve pedalear raudo como salmón contracorriente por las calenturientas calles de El Cerrito trepado en el lomo de un caballo de acero, para unirse a algún rebaño. Sus gustos para la vagancia son tan exquisitos y variados como una paleta de colores, disfruta de la pesca, el canto, el ciclismo, la lectura y en algún momento se sintió inclinado por la medicina seguidamente de la botánica sin embargo, nada, absolutamente nada lo apasiona. Posee un don natural para detectar el agradable y dulce olor de las mujeres cuando su libido está encendido en un rango de más de cinco metros a la redonda, no se ha enamorado puesto que es radicalmente escéptico con el amor y considera que este no es más que una absurda necesidad de perpetuar la especie humana. Fornica con a las mujeres por el morboso placer de conocer en que nota de la escala musical exhalan sus gemidos. Encontró en Schopenhauer un espíritu similar al suyo y en Nietzsche el primer filósofo que lo marcaría con el hierro ardiente de la sabiduría. Conservador a ultranza y cinta como le dicen los que se dicen sus amig@s, este es el retrato del verbo, hecho no carne, sino hedor inoculado como una bacteria en los altares santificados de la necrótica vida.
 

Por Náusea Dvida