Tardecitas Pueblerinas
Corrían los niños
Bajo el sol inclemente
De una tarde de septiembre,
Una tarde de esas
Que ni siquiera el mismo
Diablo quiere estar
Sobre la faz de la tierra
Por temor a morir quemado.
Caía por montones
Como plumas en el aire
La oscura nieve Vallecaucana
Es decir, la ceniza
Proveniente de las quemas
De los cultivos de caña.
Los perros aguardaban
Por un trozo de carne,
En las afueras de las carnicerías,
Una jauría de chandosos
Se peleaba la pata sucia
De un cerdo.
Un par de jóvenes monjas
Caminaban pegadas,
Salían del convento
Camino a la casa cural
Para tener sexo
Con el cura y el monaguillo.
¡Utilizarían muy bien
La camándula!
Los niños tocaron el timbre
De la casa junto
A la escuela
Salen corriendo,
Sale una vieja de la casa
¡Hijueputas!
No les enseñan
Ni mierda en esa escuela.
Una ceniza cae de repente
Sobre la teta de una
De las monjas,
Tiznado su hábito
anticipandose al disparo
del cañón del cura
!Un polvo fulminante
En nombre de Dios!
Los perros le ladraban
A un chirrete
Que pedía o monedas
O lo que fuese,
Los carniceros
Silbaban y le echaban
Vulgares piropos
A una joven
Que pasaba en bicicleta
Vestida con pequeño
Short elástico
Que le hacía marcar
La sudada Vagina
Rutinaria de gimnasio.
Una volqueta vieja
Venia por la calle
Le sonaba todo
Hasta la marca
A su paso paquidérmico
Empolvo a ambas monjas,
Y por poco atropella
A uno de los perro que comían
La pata cerdo.
La volqueta se detuvo
Frente a la funeraria,
Las monjas llegaron
A la casa cural
El chirrete había reunido
Para el bazuco
Los carniceros jugaban
Con sus cuchillos.
En el interior del volco
Había una joven muerta
De veintiocho
Quizás de treinta
Nadie la reconoció
En Guacarí
Tampoco en Ginebra.
Los pequeños pasaron
junto a la volqueta
El más curioso
Dijo;
Vamos a ver la muerta
Los otros,
Lo siguieron aguardaron
Por su turno:
Primero Juan
Luego David,
Tercero Jorge,
Cuarto Esteban
Y por ultimo Javier
Al que todos llamaban pecas.
Una sábana sucia blanca
Cubría el cadáver de aquella muerta.
Ni Juan,
Ni David
Ni Jorge
Ni Esteban
Descubrieron el cadáver
Excepto Javier,
Al que todos le llamaban pecas.
Los carniceros empezaron
A discutir
Se escuchaba cosas sobre
El Cali y El América.
El chirrete ahora gozaba,
Por fin había
Disfrutaba y bailaba
Con el gozo de su traba.
Las monjas por su parte,
Roseaban agua dorada
Y bendita
Sobre la vara del cura
Y de su ayudante.
¡Danos Verga
Santísimo padre!
Los sarnosos canes
Esperaban moviendo
Sus pulguientas colas
Por otro pedazo de carne.
Javier descubrió la muerta
Los demás lo esperaban
Con su pequeños pies
En tierra.
¡Ah! Grito Javier
Y se escucho de uno
De los carniceros
Gritar también.
¡Píntela como quiera!
Y Se escuhó desde el convento
Hasta la casa cural
¡Métame más adentro
Ese divino rosario.
Bendecido en la basílica
Del señor de los milagros!
Un afilado y reluciente
Cuchillo entró
En el estomago
De uno de los carniceros
Los intestinos salieron
Volando en medio
De la ceniza producto
De las quemas.
Javier al que todos
Le llamaban el pecas
Estaba petrificado
En shock,
El cadáver yacía
Ensangrentado y desnudo
Con ambas tetas
Dejando ver heridas
Muy grandes y abiertas
Y los ojos por fuera
Como bolsillo de guayabera.
La volqueta arrancó
Y pese de lo lenta
En su marcha
Al chirrete que venia
Como zombi
Por en medio de la calle
Mando bajo sus pesadas llantas
que no detuvieron marcha
hasta haberle
Pasado por encima
Dejando un rastro
Inmundo de tripas y sesos
Estampado sobre el pavimento.
El cura cayó desmayado
Después de eyacular
Sobre el culo del monaguillo
Y la boca de una de las monjas.
El cura murió en infarto de pasión.
Juan, David, Jorge y estaban
Trataron de levantar a Javier
Pero ya era tarde
Al arrancar la volqueta
El pobre Javier cayó
y se golpeo la cabeza
De la cual salía
Copiosamente sangre.
Algunos perros corrieron
Fueron por los intestinos del carnicero;
Otros en cambio fueron a
Lamer la cálida sangre
Que brotaba de la pequeña cabeza
De Javier al que todos
Le llamaban pecas;
Otros un banquete con las tripas
Aplastadas del chirrete
Se dieron.
Esa tarde de septiembre
La muerte vistió
Sus mejores ropas,
Se vistió de fiesta
Repartió el filo de su hoz
A diestra y siniestra,
Se emborrachó
Como una vieja loca
Pero con su embriaguez
No tuvo en cuenta
Que si se llevaba al lujurioso cura
No habría quien
Cantara tanto muerto.