PORNO SIN HD

 

Otra madrugada de domingo que me tomó en la desmesura de la ebriedad recurrente. Bajo la flecha que conduce a ninguna parte, dejé salir con soltura mi orina que regó un árbol de guayabo con ínfulas de bonsay. Algunos chistes iban y venían, anécdotas trasnochadas, carcajadas obscenas llegaban a mis oídos. Algunos soñaban sobre el andén…

 

Decidí regresar a casa y dejar mí cuadrilla de borrachos, que aún les quedaba por beber dos botellas de licor barato, del que deja maculas rojas en la lengua pero que al parecer borra la memoria de toda impureza y que a su vez da licencia para cometer pecados de variada naturaleza.

 

En vía contraria al sentido del tráfico, me entregué a la calle solitaria… Bueno, solitaria pero como yo borracha y como toda calle y más a esas horas: Cómplice, ladrona, impune, lujuriosa, asesina, castigadora…

 

Una camioneta avanzaba a paso de procesión con el infame bullicio del reggaetón. Por la ventanilla abierta una muchacha bamboleaba sus deliciosas tetas y sacudía sus calzones blancos como si fuera el estandarte patrio.

 

A mis pies un camino marcado por vómitos se extendía en una lontananza pútrida. Podía reconocer en los charcos de porquería, pedazos de fritanga con una contextura similar a la de una sopa de verduras: Una suiza a medio masticar, quizá tragada creyendo en el mito que la manteca corta la borrachera; desmenuzadas y un tanto masticadas, agrias silabas que formaban palabras de contenido fecal, las cuales decían que por aquí había pasado un paisano, un genuino hablador de mierda. Concluí también que los alimentos ingeridos habían sido comprados en la fritanga del viejo Pacho, es más habían, pequeñas partes de esa mirada que hace por encima de las gafas y algo de su panza de globo terráqueo descobalado.

 

Llegué al parque. La gente se veía salir de los bailaderos en desbandada, sus destinos son más que predecibles: Una casa en donde rematar la rumba y saciar la abundancia del desbordante deseo sexual inflado por el licor; el cuarto de un motel donde culearan en hacinamiento para ahorrarse unos pesos o por la escasez de dinero.

 

Desvié la mirada hacia la calle en donde está la amputada María, una luz amarillenta iluminaba su rostro impoluto, soñaba desde su estatuada existencia que Efraín le tocara al menos una pierna o una mano; pero en la administración que la hicieron no alcanzo para sus piernas y sus manos se le cayeron después de una masturbación mal practicada. En todo caso, me cambié de andén y fui hasta donde estaba María, le besé una teta y luego le canté al oído contagiado por el flow de aquella camioneta:

 

Mi epiléptica de trenzas

Ya no esperes a Efraín,

Tiesa no estés allí

vámonos juntos

Para la pieza.

 

Ella no se inmutaba, se mantuvo incólume ante mis coquetos y mis dulces propuestas. La dejé en su oxidado pedestal, total, las mujeres sin manos, con apariencia virginal y con tetas de yeso nunca me han gustado. Continué mi camino por en medio del parque, donde debajo de un árbol un hombre con cara de Shar Pei, cortejaba a un travesti que se mostraba algo reticente ante los halagos de aquel buen caballero, parecían recrear el cortejo que le hacían los pretendientes a Penélope, mientras Ulises desafiaba a los dioses.

 

Me encontré de frente al lánguido Plaza; un marihuanerito, algo indigente, gamín y mal oliente. Le pedí “doscientos para el cigarro”. Lo dudó pero me entregó la moneda diciéndome- Sabe que, lo llevo en la buena porque usted me ha sacado de varias flaco.

 

Mis tumbos me llevaron al atrio de la iglesia, pude sentir de forma inmediata el mortecino olor que emana de este lugar donde reposa el zombi más viejo de la historia, Jesucristo; ni siquiera el fuerte olor a orines pudo disipar la inmundicia que entró pesadamente en mi olfato, haciéndome vomitar la entrada principal del santo Templo. Así es, yo también había comido fritanga donde Pacho. Una persona, no recuerdo quien, pasó y se echó la bendición y yo en una postura clerical le dije: Ahí le dejo bendecida su iglesia.

 

Caminé rumbo a la calle de la Escuelita, “La Pedro”; donde dije mis primeros madrazos, le hice homenaje a la bandera y me dieron algunos contados reglazos. De pronto una pareja de jóvenes pasó con celeridad a mi lado, fueron al andén de enfrente de la escuela. Se detuvieron al lado de la caja telefónica, se dieron un beso muy corto; ella se recostó en la pared y se bajó el blue jean hasta los pies dejando al descubierto sus blancuzcos muslos. Detuve mi caminar para observarlos. Ella se puso de rodillas mientras el joven galán se bajaba los pantalones, que ya lucia por cierto, más debajo de la cintura, antes de quitárselos. Ella allí, postrada a los pies de su amado procedió a escupir y a tragar el falo parolo de su príncipe.

 

Seguía atento al espectáculo, que no me brindaba ningún canal de porno HD. Mirar a dos de mis coterráneos entregarse al callejero amor de esa forma, mientras el pueblo transpira alcohol, mientras las palomas en el techo de la “Pedro” cagan y duermen al tiempo; mientras un taxi con música cristiana a todo volumen pasa; mientras alguien se resbala en su propio mar de vómitos; mientras las monjas en el convento tienen sueños eróticos con una “paloma”; mientras las nubes en el firmamento bajan el telón cubriendo todas las constelaciones; mientras los muertos cambian de posición dentro de sus tumbas para sentir la eternidad más cómoda…

 

La joven continuó en su felación: Chupaba, chupaba, chupaba, chupaba y chupaba, con la exquisitez y el desparpajo propios del ostinato, como en una pieza de música clásica. El muchacho sintiéndose seguramente en la gloria dejó salir con potencia su leche no pasteurizada esparciéndola en la cara de su novia a la que le sobrevino un eructo después de ingerir un poco de la sustancia viscosa. Se acomodaron las ropas, los aplaudí en plena euforia, se hicieron los pendejos y se fueron a marcha veloz.

 

De allí en adelante, mi memoria no parece recordar más episodios de aquella madrugada ¿Cómo llegué a mi casa? No lo sé, lo que si sí es que cuando tuve conciencia y abrí los ojos, leí un letrero gigante que decía bienvenidos a Santiago de Cali, un tipo con cara de rufián regenerado me cobraba dizque un pasaje.

 

Náusea Dvida