Monica

I

Mi acalorado cuerpo empieza a refrescarse, en esta tarde bella, el viento sopla jugueteando con las hojas de las verdes plantas, un amarillo pálido como cansado da por todo el lugar, los olores de las flores lejanas llegan hasta mí arrastradas por el viento, el cielo azul limpio, al fondo me sumerge en gratas remembranzas, mis pensamientos se posan sobre la roseta de los vientos y juguetean de sus estivales puntas, las aves cantan para mis oídos y me comentan lo altos que vuelan sus amores platónicos, el árbol sostén y guardián de mi recreo, paciente e inamovible al inclemente sol percibe callado y atento lo que en mi alma aflora, las sombras se divierten jugueteando por doquier; apareciendo desapareciendo, mutando… y luego vino ella, con sus cabellos crespos, con su boca jugosa, dulce, con esas almibaradas palabras, vino su cuerpo curvilíneo, su mente astuta, sus secretos oscuros como el ponto y venenosos como la cicuta, soplaba mas fuerte el viento, los pastos sacudíanse con mayor vigor, arremolinaban como mis pensamientos. Bella, como flor al viento; promiscua, fácil, débil ¿cuánto de su cieno hediondo ha depositado en mi alma? ¿ que tan tarde será para los coloridos peces que juguetean en el caudal de mis pensamientos? ¿ qué tanto veneno se concentra en este estío? Debo limpiar mi espíritu no sea que mueran mis alados pensamientos al abrevar en tan mortíferas aguas, debo enturbiar mi alma , mi espíritu; para que el vigor de la cólera arrastre lejos de mí su peligroso almíbar, su mirada hechicera, sus labios jugosos como dulce promesa del saciado antojo y hermanos de mortífera traición. El sol se oculta y ahora todo lo que el viento mueve parece despedirse de él tal como ahora yo me despido de ella.

II

Ahora es la noche quién gobierna y la noche también es bella como sus ojos, miles de estrellas brillan recordándome sus falsas y lejanas promesas sempiternas, un cielo nocturno lleno de faroles , tantos como falsedades han salido de su húmeda e hipnótica lengua, las sombras que otrora jugueteaban con sus ires y venires ahora se tornan sospechosas, ella está al lado mío, el viento acaricia ese rostro lozano y pletórico de belleza; aquél que otrora me embebía en dorados ensueños, ensueños con la apariencia del valioso oro que no eran mas que tóxico cobre. La tomé por sus manos suaves y delicadas; esas que con sus caricias me dieron a conocer el paraíso terrenal y pusieron la venenosa serpiente bajo las sábanas del cálido lecho donde mi amor esperaba por ella, un pensamiento tan oscuro, profundo, soterrado como la noche ahora bailaba con imponencia, con tanto ahínco que se convirtió en protagonista de mis adentros. Le así con fuerza las marmóreas manos con la misma fuerza con la que mi corazón latía, la até con una soga a un madero, sentí un irresistible deseo de purificar tanta… suciedad, y que mejor que el crepitante fuego. Encendí una hoguera; lanzábame mil palabras con angelical voz , pero mi deseo de purificación había incinerado los oídos de mi alma. Preparé un ara y la puse a ella ahí, encendí la madera que la rodeaba, tú eres mi reina le repetía, tu eres mi reina, y debo limpiar tu cuerpo de tanta podredumbre, mis ojos empezaron a derramar densas gotas, no fui capaz de mirarla de nuevo, mis manos temblaban y mi corazón a ritmo de redoblante agobiaba mi turbado espíritu, corrí entre la maleza, me alejé mas y mas hasta sentirme en lugar seguro, ahí reflexioné sobre lo que había hecho entre sollozos. Se necesitan güevos para hacer lo que hice y veo que aún los tengo. Me alejé físicamente todo lo que pude pero una patente sensación de culpa me asechó indómita, tomé mi escroto y corté con una navaja retirando los güevos de mí y corrí a entregarme a las autoridades.


Su Bajeza.