Inés

 

I

 

-Hoy por la noche viene José Alexander, atiéndemelo mientras vengo. Es ques que voy a hacer algo con Jeferson. – Pero no se demore Daniela Inés Perez. – Ay má, yo no me demoro. Respondió con una voz delgada como su cuerpo (sale Daniela Inés con Pachulí y meneando el culo tan seco, como el desierto del Sahara).

 

Llega José Alexander y saluda a Gladis; - ¿Doña Gladis como le va? – Bien mijo,  siéntese y espera a Inés, ella viene en un rato.  – Ah muchas gracias (la mira de cuerpo completo). – Tómese un juguito de mango mijo (adivinando la mirada de José Alexander).

 

Mientras Gladis va por el jugo, suena el celular: - ¿Aló? – Amá es ques que me demoro un par de horas, dígale a José que no me espere. – A bueno, yo le digo (sonríe Gladis).

 

- José Alexander ¡Aquí está el juguito! - ¡Uy jugo de mango que rico! Gladis se sienta algo insinuante cerca de José… José Alexander saborea un poco el jugo, al tiempo que ella pone la mano, en la parte alta de la pierna y le dice: - ¿Cómo me le ha ido? ¿Si me lo han tratado bien? José acaba de pasar el jugo que tenía en la boca y pone el vaso plástico de color amarillo, en una mesa de madera, luego  toma la mano que Gladis tiene en la pierna y le hace un poco de presión, moviéndola arriba y abajo mientras responde. – Pues ahí (Gladis dice para si, me está copiando y estoy arrecha); y dice para José: - Porque por aquí hay cariñito para usted. Y se acerca aún más a José Alexander. José Alexander en su mente (La cucha está copiona y aguanta el puntazo) – Y le responde – Ah cucha no se asare, que sabe que… Lo que brinde se le recibe. (Y lanza una mirada apasionada a su suegra, acercándose el también). En la mente de Gladis: Esta china se demora ¡Ah que hijueputas!  Y sube la mano hacia la maciza entrepierna de José Alexander que responde, agarrándole la cintura y mordiéndole el cuello.

 

Ambos amalgamados por una arrechera sin igual, empezaron a fornicar y a fornicar, la faena se hizo cada vez más escandalosa. Mientras tanto Inés y Jeferson se habían ido a meter perico. Inés escuchó en su delirio a un gallinazo croar y recordó las palabras de la bruja Hilda que le había leído la mierda:

 

“Un ave dará aviso de una infidelidad inaudita”

 

Y subió sus vaporosos calzones por sus piernas de espaguetti y le dijo a Jeferson: - Vámonos pa la casa. Jeferson guardó el ñervito en el calzoncillo y tomaron camino a la casa de Inés. Al Inés llegar solo encontraría un escandaloso hogar, se oyen los trastes de la cocina caer. Inés abre la puerta y José Alexander y la madre no se dan cuenta y al entrar en la cocina, encuentra la madre sobre el mesón en obra negra, con las piernas abiertas y a José Alexander metiéndole el amor por el culo; amor que salió graciosamente pecoso de su interior; interior que estaba sumamente cálido.

 

II

 

Habían pasado seis meses, desde que Inecita encontró a su mami y a su novio en la cocina, castigando el peluche, cuantos disgustos y ademanes salían de ese cuerpo lánguido y apestoso.

 

Pasó un mes en el que Inés no dirigió palabra alguna a su madrecilla, Gladis trató de reivindicarse sin éxito, ni siquiera en el velorio y entierra de José Alexander se hablaron, un orgullo colosal invadía el diminuto corazón de la flaca Inés… Alexander… Alexander ese día salió de la casa de Gladis con mucho ánimo de celebrar, en su mente resonaba un canción “y buena que está la hija y buena que está la mamá”. A cuatro cuadras vio un gomelito y se echó la bendición y en soliloquio:

 

“El gane”

 

Tomó una punta como el soliá decirle y avanza hacía él. Pero cuando estaba por llegar, el ruido inconfundible de una ciento quince lo detuvo, su rostro se torno pálido, se borraría para siempre esa dicha en sus ojos y al ver que le le apuntaban con un tres – ocho, trató de correr pero fue demasiado tarde. El gatillero muy técnico, vació con presición asesina la carga en el cuerpo de Alexander; así encontró fin la lacra de José Alexander.

 

 

Su sepelio fue bastante controvertido, habían hinchas del equipo que adoraba, lanzando balas al aire como queriendo asesinar a Dios, por sus inicuos designios. Ni Inés, ni Gladis se hablaron, tan solo hicieron acto de presencia y se fueron. Inés no se quedaría con esa, decidió pagarle con la misma moneda, su objetivo sería su padrastro don Edgar, un obrero mulato, poco agraciado, pero era el querido de doña Gladis. Ella sabia que seria su venganza, fueron pocos los días los que invirtió para lograr éxito en sus propósitos. Para ello, se puso sumamente insinuante más o menos un par de semanas, mientras a Edgar se le disipaba la duda, solía ponerse shorts diminutos en su delgado cuerpo y lycras como para niñas pues eran las únicas que le quedaban ajustadas al cuerpo.

 

Una tarde llegó una vieja amiga de la mamá y quedó ella a solas con Edgar, pues con la amiga Doña Gladis se iba de amanecida. Inés decidida y en vista de esta oportunidad solo lo pensó un instante y puso en marcha su propósito. Llegó Edgar cansado de trabajar y humedecido por el sudor salado y fermentado que salía por sus poros de obrero. Inés estaba en el punto critico de su insinuación, bastante sugestiva le trajo la comida, Edgar solo la veía con algo de reticencia, una duda invadía su espíritu (el de Edgar), el tomó la cuchara con esa mano que le faltaba un trozo de dedo y tenía una singular terminación; un trozo de dedo le sobresalía a las líneas naturales. Y empezó a engullir sopa untando su bigote. Inés le interrogaba sobre el desempeño de su día mientras hacia movimientos seductores. Egar tenía en su pantalón un circo; las ladillas hacían maniobras y los piojos eran los mejores payasos, todos ocultos bajo la carpa de sus calzoncillos; elevada por el obelisco de punta rosada. A Edgar solo la prudencia le contenía pero era una delgada fibra que Inecita con su persistencia estaba a punto de romper, el se sentó en una poltrona a descansar; era una poltrona colorida y algo sucia, tenía en el espaldar una marca tal como la dejaría cristo en el sudario de Turín, resultado de poner su espalda sudorosa en él. Ella se arrimo con excusa de un masaje y empezó a sobar a Edgar con decisión. Edgar al principio un poco tenso, ahora se torno un poco más ameno, más a gusto. Le quitó la camiseta y lo acariciaba con esas manos delgadas, le desabrochó el pantalón café, Edgar se dejó llevar. Empezó sobandole su obelisco de punta rosada cual dedo entronchado, se empezaron a quitar los restos de ropa para estar más cómodos. El coito se desarrollaba en unos parámetros muy normales, de momento Edgar tomaría su dedo mocho y empezaría a introducirlo en la vagina de Inés, sorprendentemente la extraña curvatura coincidía con el punto G de Inés, y mientras el le hacía el vaivén en la vulva ella se retorcía en la cumbre de su orgasmo, pronto se humedeció la mano entera de Edgar. Saldría de la vagina de Inés agua como salía, agua del costado de cristo Juan (19:33-34).  En pocos minutos había cerca de medio litro del cristalino y perfumado líquido en el suelo. Inés pedía más y Edgar solo tomó su obelisco y le dio por detrás, se llevó así acabo durante largo rato; luego Inés abrió su boca cerca de los payasos y malabaristas que habían en el circo y de un solo soplido hediondo, los mató, succionaba alegremente; estaba levemente rígido pero salado cosa que le dio sabor al coito, ahora Edgar estaba feliz, terminaron el coito sumamente satisfechos consiguiendo así Inés no solo el placer físico sino también, el dulce sabor de la venganza.

 

 

III  

 

 

Inés se fue de casa tiempo después con Edgar, repitieron muchas veces lo mismo (lo del dedo mocho). El cuerpo de Inecita ahora tenia forma de corrector; estaba embarazada.

 

Doña Gladis al haber perdido su hija y a Edgar su dedimocho, entró en un estado de locura y abandonó la casa, ronda harapienta calle arriba y calle abajo, sin consuelo. 

 

Inés y Edgar disfrutan de su vida juntos, todo había mejorado para ellos, ahora Edgar trabajaba distribuyendo pañales a través de un país cafetero y violento, pero tenía muy buena paga. En una de esas entregas, en una tienda se encontró con su ex, Doña Gladis, estaba allí, sumamente andrajosa y al verlo solo supo musitarle lo siguiente:

 

-         El hijo que Inés espera no es tuyo.

 

Y se fue persiguiendo un gato y comiéndose la uñas tan sucias como la conciencia de algún político. Edgar se sintió algo piadoso y quiso acercársele pero el tendero lo retuvo. Aún así esto haría eco en su espíritu y sembraría la fértil semilla de la duda, Inés negaría todo aún a sabiendas de lo ocurrido, ya habiendo dado fruto la cópula de Inés y las semillas de la duda florecida; Edgar exigió una prueba de ADN, Inés en un principio se negó pero luego no hubo forma de evitarlo. Haciéndose evidente el engaño Edgar la abandona rabón y ella se queda en casa desconsolada y con mal aliento diciendo:

 

- ¡Ay no, ay no!

 

Edgar se dirige sin rumbo en el camión, va de aquí para allá, termina en el burdel en ese sitio de luces rojas y verdes helechos ve sentando en una esquina a Su Bajeza. Pide una botella y empieza a hablar con una puta, ella se le sienta encima y se toman rápidamente la botella, ya ebrios tienen una breve cópula, Edgar le paga saca veinte mil pesos le paga, desorientado,  sube esta vez ebrio al camión, en la vía San Fermín, en la que atropella a Manuel en el camino con su camión lleno de pañales. Dejaría a Manuel ahí tirado, y seguiría sin siquiera bajarse del camión, conducido a velocidades irresponsables perdiendo el control en el puente y cayendo en el precipicio, donde murió pocos minutos después (al momento de se hallado, tenía su dedo mocho completamente introducido en el culo por una maniobra Inés-plicable del destino.

 

Doña Gladis en un arranque de demencia, fue hasta la tumba de Alexander y lloró a chorros, empezó a correr y a desnudar su cuerpo poco a poco. Mientras corría. Cuando estuvo completamente desnuda, subió a la cúspide de la capilla del valle de los muertos y aún con su respiración agitada se subió sobre el eje equis de la cruz para ser cartesianos. Gritos:

 

- ¡Que viva Cristo!

 

He introdujo la puntuda cruz a través del orificio anal, la lanza puntiaguda le atravesaría el corazón y quedaría la punta de la lanza en el costado, siendo sus últimas palabras; - Inés, Edgar ¿Por qué me han abandonado?

 

Inés en un episodio de cólera rompió fuente y bajo las gradas golpeándose contra las paredes, resbalándose en el charco de la última metida de dedo, golpeándose fuertemente la cabeza y muriendo ella y ese ser que no conoció en vida la luz, había quedado en el piso con la boca abierta como cuando succionaba el obelisco. (Al otro día fue descubierta por sus vecinos gracias al vapor hediondo que salía de sus rosados labios).

 

 

 

I

 

-Hoy por la noche viene José Alexander, atiéndemelo mientras vengo. Es ques que voy a hacer algo con Jeferson. – Pero no se demore Daniela Inés Perez. – Ay má, yo no me demoro. Respondió con una voz delgada como su cuerpo (sale Daniela Inés con Pachulí y meneando el culo tan seco, como el desierto del Sahara).

 

Llega José Alexander y saluda a Gladis; - ¿Doña Gladis como le va? – Bien mijo,  siéntese y espera a Inés, ella viene en un rato.  – Ah muchas gracias (la mira de cuerpo completo). – Tómese un juguito de mango mijo (adivinando la mirada de José Alexander).

 

Mientras Gladis va por el jugo, suena el celular: - ¿Aló? – Amá es ques que me demoro un par de horas, dígale a José que no me espere. – A bueno, yo le digo (sonríe Gladis).

 

- José Alexander ¡Aquí está el juguito! - ¡Uy jugo de mango que rico! Gladis se sienta algo insinuante cerca de José… José Alexander saborea un poco el jugo, al tiempo que ella pone la mano, en la parte alta de la pierna y le dice: - ¿Cómo me le ha ido? ¿Si me lo han tratado bien? José acaba de pasar el jugo que tenía en la boca y pone el vaso plástico de color amarillo, en una mesa de madera, luego  toma la mano que Gladis tiene en la pierna y le hace un poco de presión, moviéndola arriba y abajo mientras responde. – Pues ahí (Gladis dice para si, me está copiando y estoy arrecha); y dice para José: - Porque por aquí hay cariñito para usted. Y se acerca aún más a José Alexander. José Alexander en su mente (La cucha está copiona y aguanta el puntazo) – Y le responde – Ah cucha no se asare, que sabe que… Lo que brinde se le recibe. (Y lanza una mirada apasionada a su suegra, acercándose el también). En la mente de Gladis: Esta china se demora ¡Ah que hijueputas!  Y sube la mano hacia la maciza entrepierna de José Alexander que responde, agarrándole la cintura y mordiéndole el cuello.

 

Ambos amalgamados por una arrechera sin igual, empezaron a fornicar y a fornicar, la faena se hizo cada vez más escandalosa. Mientras tanto Inés y Jeferson se habían ido a meter perico. Inés escuchó en su delirio a un gallinazo croar y recordó las palabras de la bruja Hilda que le había leído la mierda:

 

“Un ave dará aviso de una infidelidad inaudita”

 

Y subió sus vaporosos calzones por sus piernas de espaguetti y le dijo a Jeferson: - Vámonos pa la casa. Jeferson guardó el ñervito en el calzoncillo y tomaron camino a la casa de Inés. Al Inés llegar solo encontraría un escandaloso hogar, se oyen los trastes de la cocina caer. Inés abre la puerta y José Alexander y la madre no se dan cuenta y al entrar en la cocina, encuentra la madre sobre el mesón en obra negra, con las piernas abiertas y a José Alexander metiéndole el amor por el culo; amor que salió graciosamente pecoso de su interior; interior que estaba sumamente cálido.

 

II

 

Habían pasado seis meses, desde que Inecita encontró a su mami y a su novio en la cocina, castigando el peluche, cuantos disgustos y ademanes salían de ese cuerpo lánguido y apestoso.

 

Pasó un mes en el que Inés no dirigió palabra alguna a su madrecilla, Gladis trató de reivindicarse sin éxito, ni siquiera en el velorio y entierra de José Alexander se hablaron, un orgullo colosal invadía el diminuto corazón de la flaca Inés… Alexander… Alexander ese día salió de la casa de Gladis con mucho ánimo de celebrar, en su mente resonaba un canción “y buena que está la hija y buena que está la mamá”. A cuatro cuadras vio un gomelito y se echó la bendición y en soliloquio:

 

“El gane”

 

Tomó una punta como el soliá decirle y avanza hacía él. Pero cuando estaba por llegar, el ruido inconfundible de una ciento quince lo detuvo, su rostro se torno pálido, se borraría para siempre esa dicha en sus ojos y al ver que le le apuntaban con un tres – ocho, trató de correr pero fue demasiado tarde. El gatillero muy técnico, vació con presición asesina la carga en el cuerpo de Alexander; así encontró fin la lacra de José Alexander.

 

 

Su sepelio fue bastante controvertido, habían hinchas del equipo que adoraba, lanzando balas al aire como queriendo asesinar a Dios, por sus inicuos designios. Ni Inés, ni Gladis se hablaron, tan solo hicieron acto de presencia y se fueron. Inés no se quedaría con esa, decidió pagarle con la misma moneda, su objetivo sería su padrastro don Edgar, un obrero mulato, poco agraciado, pero era el querido de doña Gladis. Ella sabia que seria su venganza, fueron pocos los días los que invirtió para lograr éxito en sus propósitos. Para ello, se puso sumamente insinuante más o menos un par de semanas, mientras a Edgar se le disipaba la duda, solía ponerse shorts diminutos en su delgado cuerpo y lycras como para niñas pues eran las únicas que le quedaban ajustadas al cuerpo.

 

Una tarde llegó una vieja amiga de la mamá y quedó ella a solas con Edgar, pues con la amiga Doña Gladis se iba de amanecida. Inés decidida y en vista de esta oportunidad solo lo pensó un instante y puso en marcha su propósito. Llegó Edgar cansado de trabajar y humedecido por el sudor salado y fermentado que salía por sus poros de obrero. Inés estaba en el punto critico de su insinuación, bastante sugestiva le trajo la comida, Edgar solo la veía con algo de reticencia, una duda invadía su espíritu (el de Edgar), el tomó la cuchara con esa mano que le faltaba un trozo de dedo y tenía una singular terminación; un trozo de dedo le sobresalía a las líneas naturales. Y empezó a engullir sopa untando su bigote. Inés le interrogaba sobre el desempeño de su día mientras hacia movimientos seductores. Egar tenía en su pantalón un circo; las ladillas hacían maniobras y los piojos eran los mejores payasos, todos ocultos bajo la carpa de sus calzoncillos; elevada por el obelisco de punta rosada. A Edgar solo la prudencia le contenía pero era una delgada fibra que Inecita con su persistencia estaba a punto de romper, el se sentó en una poltrona a descansar; era una poltrona colorida y algo sucia, tenía en el espaldar una marca tal como la dejaría cristo en el sudario de Turín, resultado de poner su espalda sudorosa en él. Ella se arrimo con excusa de un masaje y empezó a sobar a Edgar con decisión. Edgar al principio un poco tenso, ahora se torno un poco más ameno, más a gusto. Le quitó la camiseta y lo acariciaba con esas manos delgadas, le desabrochó el pantalón café, Edgar se dejó llevar. Empezó sobandole su obelisco de punta rosada cual dedo entronchado, se empezaron a quitar los restos de ropa para estar más cómodos. El coito se desarrollaba en unos parámetros muy normales, de momento Edgar tomaría su dedo mocho y empezaría a introducirlo en la vagina de Inés, sorprendentemente la extraña curvatura coincidía con el punto G de Inés, y mientras el le hacía el vaivén en la vulva ella se retorcía en la cumbre de su orgasmo, pronto se humedeció la mano entera de Edgar. Saldría de la vagina de Inés agua como salía, agua del costado de cristo Juan (19:33-34).  En pocos minutos había cerca de medio litro del cristalino y perfumado líquido en el suelo. Inés pedía más y Edgar solo tomó su obelisco y le dio por detrás, se llevó así acabo durante largo rato; luego Inés abrió su boca cerca de los payasos y malabaristas que habían en el circo y de un solo soplido hediondo, los mató, succionaba alegremente; estaba levemente rígido pero salado cosa que le dio sabor al coito, ahora Edgar estaba feliz, terminaron el coito sumamente satisfechos consiguiendo así Inés no solo el placer físico sino también, el dulce sabor de la venganza.

 

 

III  

 

 

Inés se fue de casa tiempo después con Edgar, repitieron muchas veces lo mismo (lo del dedo mocho). El cuerpo de Inecita ahora tenia forma de corrector; estaba embarazada.

 

Doña Gladis al haber perdido su hija y a Edgar su dedimocho, entró en un estado de locura y abandonó la casa, ronda harapienta calle arriba y calle abajo, sin consuelo. 

 

Inés y Edgar disfrutan de su vida juntos, todo había mejorado para ellos, ahora Edgar trabajaba distribuyendo pañales a través de un país cafetero y violento, pero tenía muy buena paga. En una de esas entregas, en una tienda se encontró con su ex, Doña Gladis, estaba allí, sumamente andrajosa y al verlo solo supo musitarle lo siguiente:

 

-         El hijo que Inés espera no es tuyo.

 

Y se fue persiguiendo un gato y comiéndose la uñas tan sucias como la conciencia de algún político. Edgar se sintió algo piadoso y quiso acercársele pero el tendero lo retuvo. Aún así esto haría eco en su espíritu y sembraría la fértil semilla de la duda, Inés negaría todo aún a sabiendas de lo ocurrido, ya habiendo dado fruto la cópula de Inés y las semillas de la duda florecida; Edgar exigió una prueba de ADN, Inés en un principio se negó pero luego no hubo forma de evitarlo. Haciéndose evidente el engaño Edgar la abandona rabón y ella se queda en casa desconsolada y con mal aliento diciendo:

 

- ¡Ay no, ay no!

 

Edgar se dirige sin rumbo en el camión, va de aquí para allá, termina en el burdel en ese sitio de luces rojas y verdes helechos ve sentando en una esquina a Su Bajeza. Pide una botella y empieza a hablar con una puta, ella se le sienta encima y se toman rápidamente la botella, ya ebrios tienen una breve cópula, Edgar le paga saca veinte mil pesos le paga, desorientado,  sube esta vez ebrio al camión, en la vía San Fermín, en la que atropella a Manuel en el camino con su camión lleno de pañales. Dejaría a Manuel ahí tirado, y seguiría sin siquiera bajarse del camión, conducido a velocidades irresponsables perdiendo el control en el puente y cayendo en el precipicio, donde murió pocos minutos después (al momento de se hallado, tenía su dedo mocho completamente introducido en el culo por una maniobra Inés-plicable del destino.

 

Doña Gladis en un arranque de demencia, fue hasta la tumba de Alexander y lloró a chorros, empezó a correr y a desnudar su cuerpo poco a poco. Mientras corría. Cuando estuvo completamente desnuda, subió a la cúspide de la capilla del valle de los muertos y aún con su respiración agitada se subió sobre el eje equis de la cruz para ser cartesianos. Gritos:

 

- ¡Que viva Cristo!

 

He introdujo la puntuda cruz a través del orificio anal, la lanza puntiaguda le atravesaría el corazón y quedaría la punta de la lanza en el costado, siendo sus últimas palabras; - Inés, Edgar ¿Por qué me han abandonado?

 

Inés en un episodio de cólera rompió fuente y bajo las gradas golpeándose contra las paredes, resbalándose en el charco de la última metida de dedo, golpeándose fuertemente la cabeza y muriendo ella y ese ser que no conoció en vida la luz, había quedado en el piso con la boca abierta como cuando succionaba el obelisco. (Al otro día fue descubierta por sus vecinos gracias al vapor hediondo que salía de sus rosados labios).

 

Su Bajeza