EUCARISTÍA SIN PAN NI VINO DE PUTA



Estaba en genuflexión, en el recinto estaba el señor de los milagros y el sagrado corazón. No es claro saber si adoraba a aquellos ídolos místicos o a una figura fálica que tenia en frente al la cual reverenciaba como a un sagrario. Una sonrisa llena de lujuria blanca como la luna llenaba su virginal rostro, la cálida respiración daba de frente con aquella masa de aspecto esponjoso que se dirigía a su rostro, abrió su boca de mujer bajo la luz tenue y moribunda de una vela. ¿habría confesado ya todos sus pecados esa boca? Ya con la boca abierta adentró sin escrúpulo y con esa naturalidad que da la practica el mullido cilindro que en frente tenía. Cerró sus ojos y empezó a mover la cabeza con euritmia, casi hipnótico era el movimiento y con la paciencia propia de un santo, de su cuello colgaba un cristo que pareciera se hubiera lanzado al vacío de dos lazos. De cuando en cuando habría sus ojos y cual flagelante; tomaba en sus manos el objeto en cuestión y golpeaba sus labios, sus mejillas, sus pómulos y el interior de su boca al ritmo de un por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Después de tanto ir y venir de forma tan devota, sin decir cosa alguna echó su cabeza hacia atrás, abrió totalmente sus labios, cerro sus ojos y en su lengua rosa depositaron un líquido blanquecino; se fue con él en la boca sin masticarlo y como diciendo amén.