El Pollo que se creía Perro

 (No puedo establecer claramente ni el tiempo, ni el espacio en donde ocurrieron los hechos de los que voy a dar cuenta,  nociones (tiempo – espacio) que entre otras cosas según el catecismo de los post  - modernos están en vía de extinción…)

 

Guau, guau, guau, guau, guau… Ladraba el pollo que se creía perro (o bueno al menos eso era lo que creía él) a un hombre delgado que pasaba por un camino polvoriento en una bicicleta de parrilla grande donde cargaba un tarro azul lleno de leche. Al hombre le pareció graciosa la actitud del pollo  y aceleró el pedaleo. - Espanté a esa gurrupleta, dijo en voz alta el pollo que se creía perro. 

 

El pollo que se creía perro andaba con los canes que vivían cerca al camino polvoriento, como si fuera uno de ellos, por alguna razón los demás se habían habituado a que él estuviera  con ellos. Pasaban tardes enteras ladrándole a la gente que se desplazaba por el camino polvoriento, miando sobre los miados del otro y luego oliéndolos, cazando animaluchos, andando detrás de las perras y cuando llegaba la noche sorprendían a las gatas y gatos que salían a culiar, dándoles sustos, mordidas y a veces la muerte; cuando eso ocurría el pollo que se creía perro servía como señuelo para atraer al felino, pero él  alardeaba y decía “que sin sus mordidas y astucia no podía haber atrapado a esos gatos malparidos”.  Los perros con los que andaba no ponían mayor atención a lo que decía, total, no era más que un pollo y  si se “aletiaba” no tendría opción de sobrevivir en un tropel con ninguno de ellos.

 

En cierta ocasión una perra doberman bien acicaladita deambulaba por el camino polvoriento, al parecer se había perdido. Uno de los perros dijo – Caigámosle, yo me pido el celular, otro de ellos dijo – Encendamos a verga a esa hijueputa. Todos quedaron al parecer de acuerdo, pero el pollo que se creía perro en el momento en que se iban a abalanzar sobre la perra atacó a los demás perros, estos se echaron a reír y en medio de las risas, el pollo mordió en un ojo (en realidad metió un picotazo) a uno de los perros; los demás reaccionaron pero ya era tarde, había enterrado su pico dentro de los ojos de varios de los perros, a otro lo dejó con el recto por fuera a punta de espeluzaos, y a los que no alcanzó a sacarle el ojo ni, el recto; la imagen del pico sangrante y los ojos tirados adornados por el recto en el sendero,  aterrorizó al resto de perros, así que salieron corriendo, con las colas dentro de los rabos. – Con lo mío nadie se mete setentahijueputas, cuando quieran a todos los atiendo y sabe que… Les boleo muela malparidos… Guau, gua, guau, guau. (o sea, Kikikirkikí)

 

Con el camino despejado el pollo que se creía perro fue tras la doberman. – Mami, me la voy es comer. – Primero te como yo a vos y escupo tus tripas en todo el camino - ¿Cómo? Vos no sabes qué clase de perro soy yo perra hijueputa. – Pues lo que veo es que sos de los que botan pluma - ¿Cómo? ¿Me es estás diciendo marica? – Lo que oyó hijueputa.  Las palabras de la doberman pusieron tremendamente furioso al pollo que se creía perro; de todos modos no descartó bolearle verga pero le iba a dar una lección para que aprendiera a no faltarle al respeto a un perro como él. La doberman confiada de su superioridad fue tras el pollo pero este en un ágil movimiento le propinó un picotazo en la frente que le abrió una herida (según el pollo que se creía perro, la  mordió) quedó aturdida y se derrumbó. En el piso, el pollo: La pisó, la pisó, y la pisó. La perra dijo  - ¿Y a eso es lo que le llamas bolear verga? No me hacés es nada - ¿Si? Ahora si te la voy a hundir hasta el fondo perra caga en andén. E introdujo el pollo que se creía perro, el pico dentro de la herida de la perra, que aunque trataba de defenderse no alcanzaba a morderlo – Sentílo todo gonorrea ¿Te gusta es que te muerdan no, perra viciosa? El pollo le quitó el celular; y dejó tirada a la perra moribunda sobre el polvoriento camino, y se marchó “ladrando”.

 

Después de ese suceso los perros lo empezaron a mirar diferente, como si fuese un monstruo, le temían, aunque seguían andando con él.  El `plumífero se vanagloriaba de sus gestas heróicas, mirándose en los charcos de lluvia y en las aguas del rio, “soy un perrazo”, decía. La felicidad que sentía por esos días el pollo, fue truncada. De un momento a otro lo atraparon y lo metieron en un corral, los humanos lo habían condenado a la pena de muerte. El pollo, no entendía, el porqué se habían ensañado así con él, porque lo trataban tan mal, porque le hacían compartir ese espacio lleno de mierda con gallinas y pollos, a los que en un principio mató, pero luego de un tiempo al verse solo en un corral, quiso tener su compañía, pues ni siquiera sus amigos perros iban a verlo. Encorralado, el pollo que se creía perro “ladraba” y reflexionaba – He hecho mucho mal, si tuviera otra oportunidad…

 

El día que lo iban a ejecutar le dijeron – Pedí un deseo y si está dentro de nuestras posibilidades te lo cumplimos. - Lo tengo muy claro, tráeme una perra, quiero sentir por última vez el olor a chanda y juguetear con las garrapatas que cuelgan de la cuca, de una de ellas. - Está bien, cumpliré tu deseo. Le llevaron a la perra, una criolla callejera que al salir del corral del pollo salió más que satisfecha, pues según ella ese pollo sabía utilizar la lengua muy bien; ningún perro le habían hecho sentir tan húmeda; ella no podía creer que fueran a matar a ese espécimen tan vigoroso. De inmediato emprendió una campaña para que no ejecutaran al pollo que se creía perro, llevó el caso a organizaciones defensoras de los derechos de los perros  (incluso a la campaña se vinculo un escritor de apellido Vallejo)  y tribunales internacionales de ese carácter, mandó cadenas por la internet, para que se solidarizaran con el caso, hizo marchas; hasta que finalmente obtuvo el indulto. En libertad, el pollo que se creía perro volvió al camino polvoriento y celebró con sus antiguos amigos y con la perra callejera que había hecho posible el indulto, celebraron toda la noche y perrearon, es decir, bailaron el limo ploveniente de aquel Estado lible alodillado, sin palal, con locula y desmesula… El amanecer se aproximaba, y aún seguían bailando. Un olor a asadero llegó al agudo olfato del pollo que se creía perro, era penetrante, no sabía de dónde venía, se alejó del grupo de bailarines, el olor seguía ahí, un instinto le hizo levantar una de sus “patas”, descubriendo que aquel olor a pollo asado venía  justamente de su cuerpo de… Una de sus alas.

 

El sol estiró sus rayos y el canto desafinado proveniente del interior del pollo que se creía perro se escuchó más allá del camino polvoriento, tras esto el pollo conmovido se dirigió al lugar donde lo tenían encorralado los humanos y estos que al parecer estaban en una celebración tenían una gran olla con sancocho, donde la cresta de un pollo daba vueltas y vueltas, como en un pogo, mientras una mujer revolvía la cocción. La imagen embargó de alegría, de euforia, al pollo, luego voló torpemente hasta el borde de la gran olla y con su largo pico empezó a desnudarse, (a quitarse las plumas, una a una)  desplumado  se arrojó al sancocho hirviente, entre los cocidos aún duros.

 

Náusea Dvida