EL DULCE TRINAR DEL PICHOJUÉ

 

El cementerio católico de la Ciudad Gatillo, una construcción centenaria conocida como uno de los mausoleos más hermosos de la región en su época. Erige su arquitectura, pavoneando la necrótica putrefacción del poder divino, celestial, e infinito. Ostenta un muro en forma de tiara que corona y separa una hediondez de otra: La de los muertos y los vivos, en las que no hay mucha diferencia. Aquel muro ondulante, es testigo de la cotidianidad de los habitantes de la Ciudad Gatillo. Como es natural, ha presenciando un sin número de espectáculos fúnebres, de bala, llanto y moco tendido, pero de igual forma ha visto como sus futuros huéspedes se entregan a sus asuntos de vivos, siendo ello una antesala al interior de su muro        que no tiene principio, ni fin. Una manzana ocupa aquel edificio, al que el pueblo ya lo alcanzó y lo pasó, ahora no queda más a las afueras de la población, sino dentro de un barrio, frente al hospital, con la salida hacia el cementerio clausurada. Al costado derecho de la entrada está la calle 12 y pasando la acera está el estadio, en donde jugó un equipo de fútbol local el torneo de la primera Y, allí Jorge Barón a una cantidad de pueblerinos chorreo con su agüita, bajo un sol dominguero   que tenía un mal olor de axila capaz de sedar a la monstruosa inutilidad del hombre. Justo en el centro de esta edificación patrimonial, una capilla octogonal hace las veces de mitra para completar la corona que enarbola la justicia, la misma que es ciega, y en su balanza equilibra los dólares con la coca; y la eternidad que dura quince minutos. En dirección del oriente, fue construida la entrada de la capilla, alineada con la tierra en donde nació Jesús, o sea, detrás de la cordillera, en donde está el Tolima. Esta edificación, morada de la muerte, construida con la fortuna de un cura maricón y las limosnas del pueblo, les dice: “Bienvenidos a la Ciudad Gatillo, Territorio de Paz”.

 

Durante quince años Carlos Etelberto Quintero, ha sido sepulturero en aquel hermoso cementerio, antes, se había desempeñado como trabajador en oficios varios en uno de los ingenios azucareros de los alrededores de la ciudad y como vigilante en una curtiembre, pero ambos trabajos terminaron por aburrirle y prefirió el oficio de entierra muertos, después que un amigo suyo que era concejal de la Ciudad, le ayudó a acceder al puesto, eso sí, como un requisito hizo en el SENA un curso de Administración Mortuoria En Inhumación y Exhumación De Restos Humanos, con énfasis en Albañilería y Excavación Sepulcral.

 

Etelberto, empezaba sus jornadas laborales a eso de las siete de la mañana. Tan pronto abría las puertas del centenario panteón, la primera visitante era Hilda Cardona junto con su nieta María Julieta; la anciana Hilda era una comadrona que iba a visitar a diario la tumba de su hijo y de su marido; y aprovechaba para tomar algunos ingredientes de las tumbas y utilizarlos en la preparación de bebedizos encargados por sus clientes, se dedicaba desde hacía muchos años a la Mierdomancía, un antiguo arte adivinatorio que empleaba la mierda para conectarse con los espíritus y ver el futuro; la vieja según el testimonio de sus clientes era muy acertada, incluso le había leído la mierda a Etelberto siendo él aún muy joven.

 

- Cuando el ave culiadora te hable, estarás próximo a descubrir tu naturaleza de hombre, la que te dará reconocimiento y te pondrá en la primera plana, solo sigue la estrella oscura que destella, bajo la luna llena.

 

Etelberto nunca entendió las palabras de la vieja Hilda, además era algo escéptico en esas cuestiones, sin embargo, los últimos días había estado soñando con Pichojués y uno de ellos lo despertaba todos los días. Algo perturbado, Etelberto le pregunto a la vieja Hilda sobre lo que venía aconteciendo.

 

- Mijo, yo no me acuerdo de haberle dicho eso, ya estoy vieja y se me olvidan muchas cosas, pero si te lo dije es porque así es, la mierda no miente y si te está pasando eso, es que pronto vas a ser feliz, no te preocupes.

 

Le respondió la anciana, que a pesar de su apariencia fuerte y recia padecía de un rosario de males.

 

- Etelberto, ahora que me hablás de Pichojués, me hiciste acordar que necesito la cabeza de un Pichojué macho que tenga su nido en el cementerio.

 

- Pues si he visto que un Pichojué tiene nido cerca al pino de las tumbas de los Cabal pero ¿Y cómo voy a saber doña Hilda, cual es el macho?

 

- Más bien vamos al nido y yo le digo…

 

Surcaba los cielos de la Ciudad Gatillo, bajo los primeros rayos del sol un insecto volador; una avispa negra con cabeza roja, esquivando las piedras de las caucheras de un par de muchachitos que hacían tiempo para no entrar en la escuela. A pesar de los esfuerzos de los jóvenes cazadores, la avispa salió ilesa del atentado, dirigiendo sus alas veloces a la carrera catorce con calle novena, en la esquina donde un semáforo enrojecía su luz para detener el bus que se dirigía a Ginebra, mientras el olor embriagador y repugnante de asadero de pollo atraía al ayudante que corría a toda prisa a aquel sitio como si fuera a marcar tarjeta. La avispa se posó sobre la parte superior de la estructura mohosa de una señal de Pare, observando como una coja arrastraba su pierna sobre una descolorida cebra. El ruido de la bocina del bus que iba para Ginebra, asusto a la avispa que de inmediato voló al techo de un negocio de chance al otro lado de la calle, donde la esperaba un Pichojué para ser su merienda. La avispa descansaba en el pico del Pichojué que voló a su vez en dirección norte por la carrera catorce, como quien va para el cementerio…

 

Etelberto e Hilda agarrada del brazo de su joven nieta, caminaron al pino que quedaba cerca de las tumbas de los Cabal; este le mostró a la vieja Hilda el nido, pero estaba muy alto y la vieja ya estaba muy cegatona para distinguir si el Pichojué era hembra o macho. Con su inacabable puntería de gamín, Etelberto tomó una piedra y derribó a uno de los dos Pichojués que se veían en el nido, el otro huyó de la pedrada mortífera. El pájaro cayó con las alas abiertas y patas arriba, en su pico aún tenía la merienda, una avispa negra de cabeza roja, Etelberto se inclinó para tomarlo, al hacer esto, el Pichojué dejó salir de su pico traga insectos unas palabras.

 

El sorprendido Administrador Mortuorio En Inhumación y Exhumación De Restos Humanos, con énfasis en Albañilería y Excavación Sepulcral; arrojó el Pichojué al piso - ¿Qué le pasó mijo, parece que hubiese visto al diablo? Ese Pichojué me habló, - ¿Es que no escuchó doña Hilda? – No mijo, una a esta edad, no escucha ni el llamado del Señor. – Mijo, más bien páseme el pájaro que gracias a Dios es macho, tengo afán y tranquilícese, le voy a rezar a las ánimas por usted.

 

Etelberto lo hizo, volvió a tomar el Pichojué con algo de temor y se lo entregó finalmente a la vieja, que se fue meneando parciomoniosamente su carne flácida y ajada, agarrada del brazo de la nieta. Etelberto se quedó pensando en el hecho todo el día, no podía sacarse aquellas palabras de la cabeza. Más tarde cuando llegó la noche le contó lo sucedido a Ninfa su esposa, mientras estaban en la cama. – Mi amor, ya no pensés más en eso, metámonos una culiadita para que te relajés. El Administrador Mortuorio En Inhumación y Exhumación De Restos Humanos, con énfasis en Albañilería y Excavación Sepulcral, por más que trató de dejar de pensar en las palabras del Pichojué, el eco perturbador no lo dejó dormir, ni si quiera le importó las recriminaciones que le hacía Ninfa, señalando que su inapetencia sexual, se debía a que tenía moza, y que si lo descubría poniéndole los cachos le cortaría la Verga y se la echaría a los perros.

 

Al amanecer, Etelberto se encontraba escuchando las noticias en medio de una rezongadera ni la hijueputa, indignado vociferaba porque en un país de Europa, estaban haciendo cirugías de cambio de sexo a los homosexuales que quisieran, terminó azotando el radio. Cuando se disponía a salir del hogar, su hijo lo abordó para pedirle dinero.

 

- Yo plata para ir a esa vagabundería no le voy a dar, vaya pídale a su mamá que ella es la que le alcahuetea tanta perderá de tiempo.

 

- Papá pero no te enojés.

 

Eduardito le dio un fuerte abrazó al padre y salieron juntos hasta la esquina de la casa, Eduardito abrazó a Etelberto quien detuvo con un gesto de desaprobación el intento de su único hijo por darle un beso. No gustaba de ese tipo de expresiones de cariño en los varones.

 

Una vez en el cementerio empezó la jornada para Etelberto con dos exhumaciones: La primera era de un tío abuelo suyo, que había muerto muy viejo, y que para sorpresa de los familiares el cadáver se conservaba muy bien, casi momificado, pero Etelberto no dudo en boliarle hacha invadido de alegría y satisfacción, en medio de los rosarios de los dolientes, No se la llevó muy bien con el tío abuelo aunque los dos fueron muy cercanos. La otra exhumación fue de una joven que tenía dieciséis años, había tomado un veneno por un novio que nadie nunca le conoció en la casa, Etelberto hizo crujir los huesos del esqueleto con su hacha, aquel sonido se grabó en los presentes y la vibración puso firme la Verga del Administrador Mortuorio En Inhumación y Exhumación De Restos Humanos, con énfasis en Albañilería y Excavación Sepulcral. Algunas reminiscencias pasaron por la cabeza de Etelberto, noches de motel, la maquina del amor y él metiéndole la Verga a una mujercita a todo vapor.

 

Ya en la tarde tuvo que acomodar una bóveda para un joven hincha del América, que había sido apuñalado por unos hinchas del Cali en el estadio; el cementerio estaba lleno. Etelberto intentaba poner los ladrillos para cerrar la tumba pero una mujer envuelta en un mar de tempestades de histeria, lágrimas y mocos, insistía en aferrarse al féretro. Con un movimiento algo brusco pero efectivo, Etelberto arrancó a la mujer del ataúd, al tiempo que pensaba para sus adentros, ojalá mataran a todas esas lacras.

 

A eso de las cinco y media de la tarde, el cementerio se encontraba solo, el vendedor de flores recogía su mercancía, el sol iba a echarse sobre el occidente, explayado en toda la cordillera. Diez minutos antes de cerrar, Etelberto estaba parado en la puerta del cementerio, chanceándose con el vendedor de flores, cuando aparecieron dos hermosas niñas como de dieciséis años, blancas de cabello castaño y bien piernonas.

 

- Señor será que podemos entrar a visitar la tumba de un amigo, el muchacho que enterraron ahora, es que no queríamos estar en el entierro con ese poco de gente.

 

-Pero yo ya voy a cerrar.

 

Las muchachas insistieron, Etelberto dejó entrar a las dos hermosas jovencitas, que entre otras cosas, una le parecía familiar.

 

- Les doy cinco minutos.

 

Etelberto, se quedó en la puerta con el vendedor de flores pero pasaron diez minutos, quince, veinticinco, media hora y las muchachas no salían; Etelberto entró al campo santo, se despidió del vendedor de flores quién ya no lo esperaría más. Etelberto camino por en medio de los lotes de bóvedas, hasta donde se encontraba la tumba del hincha, las palabras del Pichojué volvieron a resonar en su mente, la axila se le empezó a inundar de sudor dejando una húmeda huella en la camiseta que llevaba puesta, con propaganda política de aquel concejal amigo suyo que lo ayudó a conseguir el trabajo. Entró al callejón de bóvedas donde distinguía borrosamente a las dos muchachas, paradas en frente de la tumba del hincha sosteniendo una botella de licor. Las fuerzas empezaron a faltarle a Etelberto, su corazón palpitaba desbocado y en su mente giraba, como un pollo asado las palabras del Pichojué parlante.

 

Etelberto cayó desplomado y de inmediato el par de jovencitas acudieron a socorrerlo.

 

- ¡Don despierte!

 

Gritaba una de las muchachas, quien en un intento por sacar a Etelberto del desvanecimiento le puso la botella de licor en la nariz, que terminó por hacerlo reaccionar.

 

-¿Qué le pasó señor?

 

Tras el corto desmayo, Etelberto ya no parecía ser presa de la perturbación, que lo tenía sudando como caballo, es más, su aspecto tomó un vigor inusual, un gesto imperceptible, de sutil ligereza se posó en su rostro como el Pichojué sobre las cuerdas eléctricas. – Yo estoy bien muchachas y no lloren más por su amigo.

 

Las dos jóvenes estaban algo ebrias y llorosas, le ofrecieron un trago a Etelberto, se querían quedar un rato más. Etelberto se quedo callado por un momento tras el ofrecimiento; escuchó en su cabeza las palabras del Pichojué, pero esta vez no le resultaban desesperantes, las comprendía, sintiéndose ahora confortado al igual que bendecido por una ventosidad divina tan poderosa como la de la virgen de Guadalupe.

- Pobre muchacho, pero no se preocupen, él está con Dios y Dios está con nosotros.

 

Estas palabras de consuelo despertaron en los corazones afligidos el ardor apasionado del agradecimiento en las jóvenes, quienes colmaron, una seguida de la otra, de besos a Etelberto. La oscuridad había caído completamente sobre la Ciudad Gatillo, una de las jóvenes bajó su pantaloncito de jean corto, o “putishort” mostrándole ambas nalgas blancas, recostándose sobre una tumba tomó la posición para bailar reggaetón, sosteniéndose con una mano sobre la lápida de un tal “”tumba catre”, un negro, hechicero, homosexual, amigo de Etelberto de hace mucho tiempo, fue doloroso para Etelberto… Cuando sicararion a su amigo. La otra mano de la joven trataba de separar una nalga de la otra para mostrar el agujero anal que destellaba con magnificencia la luz, reflejo de la luna llena, como un espejo de agua. En ese momento Etelberto, recordó las palabras de Hilda y entonces siguió la estrella oscura.

 

La velocidad del impulso libidinoso en un parpadear, hizo que Etelberto introdujera su resucitada Verga en los intestinos de la joven, mientras la otra le empujaba las nalgas. Etelberto olfateo un olor familiar proveniente de la joven a la que estaba taladrando pero siguió boliandole, veía la foto de su amigo, y recuerdos pasaron por las cabezas de Etelberto, una lágrima salió de su ojo y una lluvia de leche que pasó de blanco al color cafecito, inundó el recto de la arrecha joven.

 

-Muchachas vamos a un lugar más cómodo

 

Siguieron al Administrador Mortuorio En Inhumación y Exhumación De Restos Humanos, con énfasis en Albañilería y Excavación Sepulcral, que las guiaba al osario del cementerio. El lugar estaba algo oscuro y con un olor no muy agradable situación que no importó mucho. La vigorosa Verga de Etelberto, ungida con saliva y algo de mierda, entraba una y otra vez en las bocas etílicas de las jóvenes, parecían disputarse la mamada del glande, la perdedora le tocaba que conformarse con chupar el escroto peludo y sudado. La luz de una linterna encendida por Etelberto disipo algo de la negrura del osario, buscó en medio de la osamenta amontonada en un rincón, los huesos de su tío abuelo y de estos sacó un húmero, pidió a ambas muchachas que tomaran la posición canina, y estás le obedecieron, y el orificio anal de una de ellas volvió a brillar, aún más que la linterna. Etelberto siguió la luz proveniente del ano y le volvió a meter la Verga a la joven, la otra que también estaba en cuatro a un lado de ambos, recibió en sus intestinos el largo húmero del esqueleto del tío abuelo de Etelberto. La excitación alcanzó picos altísimos, y los gruesos gemidos de las jóvenes despertaban a la muerte y la descomposición, quizá también arrullaba el sueño de los vecinos. Etelberto tomó por el cabello a la joven que tenía la Verga de Etelberto dentro del recto y para sorpresa suya, la larga cabellera era una peluca, de inmediato Etelberto puso la luz de la linterna en la cara de la joven, las palabras del Pichojué sonaron aún más dulces en la cabeza de Etelberto, que sacó el húmero del ano de la otra joven para meterlo en la boca de la muchacha sin peluca, lo metió bien adentro casi todo, mientras esta se ahogaba y los lloriqueos de la compañera no parecían ser audibles para Etelberto. La joven cayó muerta con todo el húmero en su interior.

 

-Eduardito, yo también te amo, dijo Etelberto mirando el cadáver de la joven, la puso boca arriba y con la linterna le alumbró los genitales, una Verga erecta con una cicatriz en forma de ocho en el tronco tenía, igual que Etelberto, era Eduardito sin duda, su primogénito. Etelberto miró a la otra joven que intento golpearlo con un hueso, pero este hábilmente la esquivo, dándole un golpe en la cara que la dejó inconsciente. Aquella muchacha también tenía peluca y Verga, pero no fue impedimento para que Etelberto la sodomizara, a ella y al cadáver de Eduardito, su primogénito. Al amanecer, el dulce trinar de un Pichojué entró junto con Ninfa al cementerio, a esta le tocó que saltar el muro en forma de tiara, estaba muy preocupada por su esposo e hijo, que no fueron a dormir a la casa, le había rezado toda la noche al Señor de los Milagros de Buga, llevaba una estampita en su mano bendecida en la misma basílica. Recorrió el cementerio, llamaba Etelberto pero esté no parecía estar en el lugar. Cuando se dirigió al muro para saltarlo y salir del cementerio encontró abierta la puerta del osario, dio unos pasos lentos y entró al lugar.

 

- ¡Hijueputa! ¿Qué le estás haciendo a mi hijo?

 

 

- Pues estamos teniendo un poco de sexo excremental, le gustó tanto que se murió de la dicha.

 

¡Desgraciado!

 

De la mano de la mujer cayó la estampita del Señor de los Milagros al suelo del osario, esta se abalanzó sobre Etelberto quien la tiró al piso y la encendió a pata, la otra joven de Verga delgada intento salir corriendo, pero Etelberto la tomó del cuello y empezó a azotar la cabeza contra los muros del osario que terminaron manchados con la sangre craneal del muchacho o muchacha, como le quieran llamar.

 

- ¡Te voy a cortar la Verga, hijueputa, gonorrea, malparido!

Pero antes que Ninfa, pudiera llevar a cabo su cometido Etelberto se lanzó sobre ella tirándola de nuevo al piso, le quitó la pijama que aún llevaba puesta y le metió el húmero que antes estaba en la boca de su primogénito Eduardito por la Vagina, todo, hasta el fondo. Finalmente y después de mucho tiempo, Ninfa estaba colmando los apetitos carnales, satisfaciéndose, en brazos de su marido, como ella lo demandaba.

 

- ¿Querés Verga?

 

- Si, metémela toda.

 

Etelberto salió por un momento del osario y dejó a su esposa sacándose y metiéndose el húmero del esqueleto del tío abuelo. Al regresar Etelberto tenía un hacha, y las palabras del Pichojué anidaban en su mente, el Administrador Mortuorio En Inhumación y Exhumación De Restos Humanos, con énfasis en Albañilería y Excavación Sepulcral, estiró la Verga de su primogénito que tenía una cicatriz en forma de ocho en el tronco, igual que la de él, la corto y dio unos pasos hasta donde estaba su esposa sumergida en sus orgasmos con los ojos cerrados. Etelberto se subió sobre ella y le abrió la boca introduciéndole la Verga de de Eduardito su primogénito, quien no opuso resistencia, al contrario sintió una corriente en todo su cuerpo y luego un temblor orgásmico mojó más su dilatadísima Vagina. De no haber sido porque Etelberto en una acción lujuriosa le cortó la cabeza a su esposa con el hacha, aún Ninfa estaría metiéndose el húmero del tío abuelo de Etelberto y saboreando la Verga de Eduardito su hijo.

 

Dos días después un periódico rojo registró los hechos de la siguiente forma:

 

Hermosa Reunión Familiar.

 

Sepulturero, asesina en ritual satánico dentro del bello cementerio de la Ciudad Gatillo a su esposa e hijo y a un joven del que se desconoce su identidad.

 

Nausea Dvida